UN HEROE SIN CAPA
Pro: Roberto Montoya Martínez
Noviembre 7 de 2024.
Sin duda, SUPERMAN es uno de los héroes más recordados de la historia. Pese a la maldición que recae en los intérpretes del llamado hombre de acero, sigue siendo un referente en la cultura pop mundial.
Uno de esos intérpretes libró una batalla personal, tras sufrir un percance que lo dejó cuadripléjico. Aún estando inmóvil, abrazó el activismo y luchó por personas de condiciones similares a las de él.
Y no se valió de súper poderes, sino de su indomable fuerza de voluntad. Es una inspiración para todos nosotros, que nos dejó una gran lección antes de irse: Rendirse, nunca. Desistir, jamás. Recordemos juntos, con la fuerza del corazón, la trayectoria de Christopher Reeve.
El actor nació en Nueva York en 1952. Era una familia de clase alta en la que todos los integrantes se dedicaban a las letras. El padre fue un reconocido novelista en su tiempo y profesor universitario.
La madre, una académica con una decena de libros publicados. El poeta Robert Frost era un habitué en las mesas familiares. El principal tema de conversación en la familia Reeve eran los libros.
Cuando, muchos años después, Christopher le contó al padre que lo habían elegido para hacer de Superman, el profesor se desilusionó al enterarse que no se trataba de una adaptación de Hombre y Súper Hombre de George Bernard Shaw.
Cuando tenía 5 años, sus padres se separaron. Él se refugió en la música y la actuación. Participaba en los grupos escolares de teatro y de comedia musical. Sobre el escenario aparecía una faceta desconocida de él.
Después de egresar de un exclusivo colegio, estudió teoría musical y literatura inglesa en la Universidad de Cornell. Pero siempre supo que sería actor. Hacía cursos y viajaba a Londres y a París para actuar en pequeñas obras. En esos primeros años, llegó a tener participación en el Old Vic y en la Comedia Francesa. Luego fue uno de los pocos que logró superar el estricto filtro de la escuela de teatro de Julliard en Nueva York. De su universidad sólo un compañero más lo logró: Robin Williams.
Con Williams forjaron una gran amistad. Compartieron cuarto en la universidad, proyectaron el futuro y soñaron con grandes carteleras y se juramentaron estar siempre cuando el otro lo necesitara.
En 1976, Reeve consiguió su primer trabajo profesional. En Broadway fue durante nueve meses el nieto de Katherine Hepburn en A Matter Of Gravity. Su debut no fue demasiado auspicioso. Reeve se alimentaba mal, tomaba café y se salteaba comidas, además, actuar junto a una leyenda lo ponía muy nervioso.
En medio de la primera función se empezó a sentir mal y se desmayó en escena. Mientras algunos colaboradores salieron de bambalinas para asistirlo, Katharine Hepburn le habló al público: “Este chico es un muy buen actor pero es un tonto: no come suficientes carnes rojas”. Al mismo tiempo obtuvo un papel fijo en un teleteatro como galán (el papel se lo consiguió Hepburn gracias a su influencia en la industria): los productores creían que era ideal con esa rigidez, el físico desarrollado y sus rasgos claros y definidos.
Cuando encarnó a Superman, era un actor ignoto. Pero la película fue un enorme suceso. El rol significó su despegue definido. La producción de la película había empezado varios años antes. Hubo decenas de candidatos para dirigirla.
Dicen que los productores estuvieron a punto de cerrar con Steven Spielberg pero que prefirieron esperar, por si le iba mal, a ver qué pasaba con ese proyecto del pez grande en el que trabajaba. Tiburón se convirtió en la película más taquillera de la historia hasta ese momento y debieron seguir.
La búsqueda del actor principal fue larga y trabajosa. Todo gran nombre de Hollywood de esos años tuvo el guion en la mano y se imaginó con el traje azul, rojo y amarillo. Los productores no eran tímidos para soñar.
Paul Newman (le ofrecieron cualquiera de los tres personajes principales a cambio de 3 millones de dólares), Steve McQueen, Clint Eastwood, Burt Reynolds, Al Pacino, Dustin Hoffman, Robert Redford, Charles Bronson (¿un Superman con bigote liquidando en masa a los malos, ejerciendo la venganza con crueldad?) y hasta James Caan que rechazó el rol porque no estaba dispuesto a estar en pantalla con un pijama largo de colores y el slip encima. Stallone, que venía de hacer Rocky, se postuló para el papel, pero fue rechazado.
Después de los Juegos Olímpicos de Montreal 76, alguien pensó que en el entonces Bruce Jenner (ahora es Caytlin) era el candidato perfecto: el campeón olímpico del decatlón, el deportista más completo del planeta, un coloso físico, pero tenía un pequeño defecto: no sabía actuar. Marlon Brando y Gene Hackman fueron los primeros en subirse a la película con contratos millonarios.
Dana Morosini se convirtió en un sostén indispensable para Reeve. Lo disuadió de suicidarse y lo acompañó en todo momento.
Unos años después, Christopher Reeve fue al programa de David Letterman a promocionar el estreno de Deathtrap de Sidney Lumet.
Letterman le preguntó por la experiencia de trabajar con Brando. Dio por supuesto que su entrevistado desplegaría un arsenal de elogios y diría que había sido una experiencia emocionante.
Nada de eso ocurrió. Con serenidad y una infrecuente honestidad, Reeve dijo que había sido frustrante. Que Brando ya no tenía motivación, que estaba vencido, que a los 53 años ya no le importaba lo que hacía y que consideraba eso una gran pena porque era un actor extraordinario. “Él tiene la actitud de ‘toma el dinero y corre’, y es una lástima. Le da lo mismo. Ya no le importa la actuación. Realmente no disfruté trabajar con él”.
Esa respuesta muestra la pasión de Reeve por su oficio, su búsqueda y, también, que era un personaje interesante para entrevistar, que se animaba a expresar en voz alta cosas que los demás no, que se diferenciaba en un mundo en el que suele imponerse la hipocresía. Con el extraordinario acuerdo que obtuvo Brando más los 2 millones que cobró Gene Hackman, quedaba poco dinero en el presupuesto para el que hiciera de Superman.
Por ese motivo y porque no querían que los espectadores vieran en él a otra persona que no fuera Superman, los productores decidieron que fuera una cara nueva.
Christopher Reeve obtuvo el papel entre 200 candidatos. Richard Donner lo eligió por su cara cuadrada, la mirada limpia que permitía que la gente creyera en la ingenuidad de Clark Kent y por su físico portentoso: “Después de la audición, cuando salió de la habitación, quedé convencido de que es hombre podía volar”, dijo el director. En él convivían la fortaleza y la vulnerabilidad: Superman y Clark Kent.
En el momento en que le comunicaron que había sido elegido, Reeve trabajaba en una obra Off Broadway junto a William Hurt y a Jeff Daniels. Hurt le dijo que estaba poniendo en juego su carrera antes de empezar, que debía rechazar el papel, que se estaba vendiendo. Mucho después, Reeve bromeó con la situación: “Acepté porque recordé el consejo de mi maestro John Houseman. Él decía: ‘Hay que hacer solo teatro serio…’ A menos que recibas una propuesta por una cantidad absurda de dinero”.
Reeve amaba a Superman, no sólo por las puertas que le abrió sino porque la naturaleza dual le permitía mostrar su ductilidad: “Yo hago un solo personaje, aunque en circunstancias diversas. Superman, el superhéroe que cuando se pone el traje es Superman actuando, jugando a ser Clark Kent.
Estaba convencido de que podía dotar a Superman de dignidad (algo de su actuación está en cada uno que interpretó superhéroes en el aluvión de films del género de las últimas dos décadas).
Cuando le dijeron que debía usar un traje con músculos incorporados, porque no tenía la fortaleza necesaria pese a su altura. Reeve se negó y realizó un intenso entrenamiento de casi nueve meses en el que su físico sumó casi una decena de kilos en músculo. Ya estaba preparado para ser Superman.
La película, con guion de Mario Puzo, se estrenó en 1978 y se convirtió en un éxito enorme. Y fue una sorpresa: porque, aunque parezca mentira, las películas de superhéroes no siempre fueron un éxito en la taquilla. Con Superman, los superhéroes volvieron a las pantallas. La segunda parte se estrenaría al año siguiente (para ahorrar costos habían filmado ambas a la vez).
Reeve se convirtió en una celebridad con su primer trabajo grande en el cine. Sin embargo, su salario había estado lejos del de Brando y Hackman: poco más de 200.000 dólares por las dos películas.
Por momentos su vida parecía perfecta. Hacía lo que le gustaba, ganaba bien, había logrado formar una familia que lo quería. Navegaba, buceaba, pilotaba aviones, practicaba varios deportes.
Aunque su verdadera pasión eran los caballos. Tenía varios y participaba con ellos en competencias de saltos. Había empezado a cabalgar cuando tomó clases para actuar en una adaptación fílmica de Anna Karenina. Hasta ese momento le escapaba a los caballos. Era alérgico a ellos.
Después de la cuarta entrega, abandonó Superman. La franquicia se había agotado. Necesitaba un nuevo rumbo. Él, mientras tanto, disfrutaba de actuar para James Ivory, Peter Bogdanovich o Sidney Lumet.
En la primera jornada de un torneo hípico de Virginia, Christopher Reeve había quedado en el cuarto puesto entre 27 competidores. En el tercer obstáculo de quince, ante una valla en apariencia sencilla, su caballo frenó de manera abrupta.
Christopher Reeve, el jinete, impulsado por la inercia de su movimiento, pasó por encima de la cabeza del animal y cayó al suelo, golpeando su cabeza contra el obstáculo a saltar.
Lo llevaron de urgencia al hospital. El pronóstico inicial era muy malo. Los médicos no creían que el actor de 42 años pudiera sobrevivir. Fue una fatalidad. Un centímetro más a la derecha, la muerte hubiera sido inmediata; un centímetro más a la izquierda, un chichón y un susto, tal vez el bochorno menor de la caída pública y nada más.
Pero la lesión que tenía Reeve era grave. Sufrió fracturas en la primera y segunda vértebras cervicales, daño irreversible en la médula espinal. Al poco tiempo lo sometieron a una cirugía (Reconectaron mi cráneo a la columna, dijo) para que pudiera mover la cabeza y asentir. Quedó tetrapléjico. Necesitaba asistencia respiratoria y estaba inmóvil del cuello para abajo.
No todo fue superación e ilusiones. Los primeros tiempos fueron los más duros. De ser alguien muy activo y con una vida profesional y social muy nutrida, pasó a no poder moverse, a respirar con ayuda mecánica y a requerir alguien que lo asistiera las 24 horas.
Tuvo una depresión severa y pensamientos suicidas. No sólo le preocupaba en lo que se había convertido él, sino la manera en que afectaba a los que lo querían.
Robin Williams fue su amigo desde que estudiaban juntos en la universidad. Fue el primero que lo hizo reír tras su accidente. (Photo by Fotos International/Frank Edwards/Getty Images)
La recuperación fue lenta y trabajosa. Christopher Reeve nunca perdió la esperanza. Luchó por mejorar cada día. Por avanzar, por lograr algún progreso. Pero esa lucha no se resignó a intentar recuperar funciones vitales, a recuperar la sensibilidad en algunas partes de su cuerpo para sentir las caricias de su familia.
Christopher Reeve dedicó sus últimos años a la lucha para que la investigación con las células madres se profundizara. Lo mismo hizo para conseguir que los planes médicos cubrieran los tratamientos de pacientes que han sufrido accidentes graves.
Se convirtió en un activista y con su fundación y su prédica logró recaudar millones de dólares para la investigación en células madres. También abogó intensamente para que el gobierno de Estados Unidos extendiera la cobertura médica de los pacientes que sufrían tragedias cuyo resultado era una discapacidad severísima y que necesitaban constante asistencia.
Su esposa Dana lo acompañó en todo momento. Apareció en galas y entregas de premios con su mensaje entre combativo y esperanzador. Apremiaba a los médicos e investigadores para que avanzaran en su estudio. Conseguía donaciones cuantiosas que destinaba a los especialistas.
Hasta logró volver a la actuación y dirigir sus propios proyectos. Uno de sus papeles más recordados fue el remake de La Ventana Indiscreta. Los años posteriores al accidente no fueron serenos ni estuvieron exentos de peligro de vida. Tuvo embolias, reacciones negativas a la medicación, infecciones, neumonías y otras circunstancias que muchas veces lo tuvieron al borde de la muerte.
Su primera gran aparición pública tras el accidente fue en la ceremonia de los premios Oscars de marzo de 1996. Ingresó en esa silla de ruedas enorme en la que se movilizaba y el auditorio le dedicó una ovación de pie de varios minutos. Sus colegas se emocionaron y premiaron su esfuerzo y coraje.
Meryl Streep, Tom Hanks, John Travolta, Quentin Tarantino y Winona Rider entre otros se conmovieron con su entrada. Lo primero que hizo fue un chiste: “Salí de Nueva York en septiembre y recién llegué esta mañana”. Tiempo después se quejó de que al principio la gente era demasiado piadosa con él, que no lo trataban con normalidad.
Lo que más le molestaba era la solemnidad y la condescendencia. “La primera vez que fui a lo de David Letterman ni siquiera me hacía chistes. Los tuve que hacer yo. La gente no sabe cómo tratar a alguien con una discapacidad”.
Christopher Reeve murió el 10 de octubre de 2004 a los 52 años por problemas cardíacos derivados de la medicación que tomaba y de problemas circulatorios debido a estar siempre en la misma posición.
Año y medio más tarde, un cáncer de pulmón acabó con la vida de Dana, su esposa. William de 12 años quedó huérfano. Sus hermanos, los hijos del primer matrimonio de Reeve, lo adoptaron. Hoy es un reconocido periodista de ESPN.
Christopher Reeve se convirtió en un héroe sin capa. Hizo más en las condiciones en que estaba antes de partir que estando bueno y sano. Esta historia de vida ya está en cines, y próximamente se estrenará en la plataforma MAX. Un reconocimiento a este gran actor, cuya tetraplejia no fue impedimento para ser empático con sus pares y apoyarlos en todo momento. Del amigo ausente, como si estuviera presente.