Las flotas de los tres países realizan ejercicios conjuntos en el Océano Índico y consolidan su posición en Medio Oriente
El eje China-Rusia-Irán se consolida y se prepara para enfrentar los intereses de Estados Unidos en todo el planeta. Una buena muestra de lo que está pasando son las segundas maniobras navales conjuntas en poco más de un año que se inician esta próxima semana en el Océano Índico.
A fines de diciembre de 2019 se realizaron en el Golfo de Omán. Y no es el único nivel de cooperación de estos tres países: Rusia e Irán apoyan al régimen de Bashar al Assad en Siria y coordinan sus acciones militares; los tres están operando coordinadamente en Venezuela y varios países africanos; mantienen estrechas alianzas con otras potencias regionales como India y Turquía.
Y todo esto se desarrolla en el vacío que dejó la Administración Trump y cuando apenas comienza el gobierno de Joe Biden, que prometió reclamar para Estados Unidos su papel preeminente en los asuntos globales. Un concepto que este eje chino-ruso-iraní pone a prueba.
Las maniobras militares trilaterales fueron anunciadas el lunes pasado por el embajador de Rusia en Teherán, Levan Jagaryan.
“El próximo ejercicio naval multilateral se celebrará en el norte del Océano Índico a mediados de febrero de 2021”, dijo Jagaryan.
“En su transcurso está previsto, entre otras cosas, trabajar en la cooperación para llevar a cabo operaciones de búsqueda y rescate y medidas para garantizar la seguridad de la navegación”.
Ese mismo día, el presidente Joe Biden habló en el Departamento de Estado y proclamó que “América ha vuelto”, en un aparente retorno a las posturas tradicionales de la política exterior que habían sido “recalibradas” bajo la política de “América primero” de Trump. Biden prometió ser más duro con Rusia, en su primera comunicación telefónica le echó en cara a Xi Jinping el expansionismo chino en Asia y las violaciones de los derechos humanos y dijo que no iba a levantar las sanciones impuestas por Trump contra Irán -cuando se retiró unilateralmente del tratado nuclear de 2015- hasta que el gobierno de los ayatollahs no detengan el enriquecimiento de uranio.
El eje Beijing-Moscú-Teherán, es gigantesco en términos demográficos, con una población en conjunto de 1.500 millones de habitantes. Enorme, desde el punto de vista geográfico, con 29 millones de kilómetros cuadrados y una economía, que en conjunto, representa el 22% del PIB mundial. Además, con dos de sus integrantes: China y Rusia, que son parte del exclusivo club nuclear y miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con el respectivo derecho a veto. El nuevo Eje está dotado, igualmente, de un poderío militar, capaz de contrapesar, en las áreas de disputa, en el campo naval, terrestre y aéreo, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El embajador Jagaryan, que apareció como un portavoz ocasional de la cancillería rusa, reiteró el respaldo de su país al acuerdo nuclear iraní y la cooperación de trabajo en la polémica central nuclear de Bushehr. “La historia moderna de la cooperación militar-técnica ruso-iraní tiene más de 50 años”, dijo Jagaryan. “A lo largo de los años, en este delicado ámbito, se han desarrollado contactos estables entre nuestros países encaminados a una cooperación mutuamente beneficiosa con la obligada consideración de los intereses de ambas partes”. En términos menos diplomáticos, el Kremlin está proveyendo de moderno armamento a los iraníes y los están probando en combate en Siria. Allí, en ese país que está sumido en la guerra desde 2011, Rusia tiene su poderosa base naval de Tartús que le permite una salida por el Mediterráneo.
El diplomático ruso dijo que esperaba que el acuerdo de dos décadas que traza las relaciones bilaterales entre Moscú y Teherán se renovara automáticamente por cinco años, y dejó la puerta abierta a un posible nuevo acuerdo.
En tanto, el canciller iraní, Mohammad Javad Zarif, insinuó un día antes otro posible acuerdo a largo plazo con China. Dijo que la firma de un plan de cooperación económica de 25 años con China “no está lejos”. “Nuestra visión estratégica sobre la región debe ser inclusiva, no basada en la omisión”, dijo Zarif. “Irán es indispensable para la región. Nadie puede omitir a Irán de las ecuaciones regionales”.
Irán busca, sobre todo, revertir las dolorosas restricciones económicas impuestas por Estados Unidos cuando abandonó el acuerdo nuclear conocido formalmente como Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) tras acusar a los iraníes de no cumplir con los límites de enriquecimiento de uranio.
Irán suspendió esos límites en represalia a las sanciones y al posterior fracaso de las partes europeas para normalizar sus lazos comerciales. Pero China y Rusia mantuvieron firmes su apoyo al JCPOA.
El líder supremo iraní, Alí Jamenei, agradeció a ambas naciones su postura y volvió a desafiar al “Gran Satán”, que es como el régimen iraní denomina a Estados Unidos desde la revolución islámica de 1979. “Si quieren que Irán vuelva a sus compromisos del JCPOA, Estados Unidos debe eliminar todas las sanciones”, dijo Jamenei.
“Después de que hayan hecho esto, reanudaremos nuestros compromisos”. El portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, reconoció que Estados Unidos tomó una medida unilateral al dejar el acuerdo, pero mantuvo la posición de que Irán tendrá que dar el primer paso para que Washington regrese.
“Si Irán reanuda ese pleno cumplimiento, Estados Unidos hará lo mismo. Entonces emprenderemos la diplomacia para alargar, reforzar las disposiciones y utilizarlas, de nuevo, no como el techo sino como el suelo para los acuerdos de seguimiento que se ocupen de otros elementos de la actividad maligna de Irán”.
Los ejercicios navales conjuntos se producen inmediatamente después de que Biden a principios de febrero ordenara al USS Nimitz, entonces el único portaaviones de la Armada de Estados Unidos en Medio Oriente, que abandonara su área de responsabilidad y regresara al puerto de origen en el estado de Washington. Apenas unas semanas antes, Trump había decidido que el portaaviones permaneciera en la región en medio de una mayor tensión con Irán.
El jefe del CENTCOM, el centro de comando de las fuerzas armadas, el general Kenneth McKenzie, dijo que las acciones de Irán presentan el “motor de inestabilidad más desafiante” en Medio Oriente.
“Estados Unidos enfrenta una competencia cada vez mayor en la región de parte de Rusia y China y ambos países están tratando de disputar el poder y la influencia a través de una combinación de medios diplomáticos, militares y económicos”, agregó McKenzie
hablando en la convención virtual del Middle East Institute, en sus primeros comentarios públicos desde que Biden asumió el cargo. “Rusia y China aprovechan su proximidad a la región, sus relaciones históricas, la percepción de un declive en el compromiso de Estados Unidos y la crisis provocada por el Covid para establecer y fortalecer relaciones oportunistas”.
La Triple Alianza chino-ruso-iraní se fortaleció con la guerra civil siria. Presionaron en conjunto en varios frentes para evitar que las potencias occidentales y sus socios de Oriente Medio lograran derrocar al régimen de Al Assad. De esa manera, concretaron una base de operaciones militares cerca de Irán, al sur de Rusia y al occidente de China.
En el caso de Beijing, esa fue una maniobra indispensable para su seguridad. De Oriente Medio y Asia Central, recibe cerca del 50% del petróleo y el gas que necesita para su economía. Ya en mayo de 2014, Xi Jinping sostuvo en la Conferencia de Interacción y Medidas de Confianza en Asia (CICA), celebrada en Shanghái y a la que asistieron el presidente ruso Vladimir Putin y su par iraní Hasan Rohani, que “CICA debe convertirse en un diálogo sobre la seguridad y la plataforma de cooperación mutua y debe establecer un mecanismo de consulta de defensa a fin de crear un centro de respuesta de seguridad en caso de grandes emergencias”. Después se firmó un histórico acuerdo de suministro de gas ruso a China, por 400 mil millones de dólares.
Ese fue el comienzo de este eje que ahora muestra su músculo militar en el Océano Índico y que promete ser el mayor desafío de política internacional que van a enfrentar Joe Biden y sus aliados europeos en los próximos cuatro años.