Mocedad cardenista.
1934-1940: Nos incitaron a sentirnos orgullosamente mexicanos. Nos hablaron de la irreductible antonimia de la dictadura y la democracia. Nos hicieron aborrecer el militarismo y a recelar del coloso yanqui. Nos catequizaron con la simultaneidad del progreso científico y la emancipación del hombre. Nos acuñaron en la mayéutica parturienta de Sócrates y del materialismo histórico.
Nos pregonaron la fraternidad de los pueblos, prevaleciente sobre la enemistad de los gobiernos. Nos alertaron sobre las falacias de la supremacía racial. Nos garantizaron el predominio de la educación sobre las leyes la de herencia. Nos hicieron exaltar lo indígena y renegar de lo ibero. Nos remitieron a Darwin y a la escala ascendente de la evolución. Nos hicieron saber que la religión es el opio de los pueblos. Nos… nos prometieron alas para volar en un mundo nuevo inminente.
Nos insuflaron la suficiente euforia, para después arrojarnos a la vorágine de las grandes, sucesivas decepciones. Nos crucificaron en los maderos de la decepción y, venido que fue el descendimiento, nos empujaron a un peregrinar incesante, errabundo, a la deriva.
Y las alas que nos prometieron para que alcanzáramos el vuelo, se las llevo el gran viraje del año aquel de 1940. “Soy creyente”, dijo el Gral. Manuel Ávila Camacho. Y tan lacónica expresión bastó para que la vida de México diera un giro de 180 grado.
Julio 27 de 1977