UNA REFLEXION.


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LA  MUERTE EN MÉXICO DE COVID19 . 


                 Por, José Antonio Servín.

13 de Septiembre 2020.

“La salud es el regalo más grande. Cuídala y protégete”.

Tener un familiar, un amigo, un conocido con positivo a Covid19; la complicación deriva el ingreso a un hospital, en ambulancia o en traslado, ahí donde está la puerta que divide la calle al interior del Nosocomio, la despedida, el último adiós. La historia es así en un país que llegó a los 70 mil fallecidos.

Un mensajero sale y da la noticia, entrega papelería para iniciar un trámite que termina en la entrega de una urna, las cenizas de alguien que falleció solo, en medio de desconocidos con un traje blanco, gogles y cubre bocas, los médicos que seguro lucharon hasta el fin. En ambos casos el dolor se convierte en un sentimiento y estado indescriptible.
La Muerte trajo también cambios en la concepción del Mexicano, acostumbrado a asistir a la funeraria y acompañar a los dolientes, el COVID19 también afectó esa tradición, los velorios de cualquier fallecido ahora tienen protocolos que se han convertido en costumbre, sólo familiares directos, poco tiempo y de ahí a cremarlos o inhumarlos, no es posible viajar para acompañar a quienes lejos de aquí perdieron la vida, las restricciones y muchas veces las condiciones de vulnerabilidad hacen que el duelo, el dolor se guarde en casa.
Al principio de la pandemia la incredulidad llenaba los chats entre amigos y familiares, involucraban al virus con su creación en un laboratorio, el 5 g y hasta un engaño para ingresarte al hospital y ahí extraerte el líquido de las rodillas cuyo precio en el mercado negro era muy alto; las pamplinas que desacreditaban al virus que ponía de rodillas a la población mundial. Al tiempo, apenas unos meses, los incrédulos pasaron a formar parte de la estadística, o se contagiaron o fallecieron o encontraron cercanos que habían experimentado el coronavirus en carne propia.
La muerte, esa que en tiempos de pandemia, no necesariamente tenía que ser por COVID-19, esa que tomó forma de suicidio, de homicidio, producto de un accidente automovilístico y más, esa que no ha podido ser superada aún y cuando los tanatólogos han hecho lo propio pero la distancia, lo virtual no te permite esa cercanía que se requiere para lograr superar el dolor de una pérdida.
Hoy no solo establecemos una cifra de decesos cada 24 horas, es el significado del luto y dolor, la angustia de saber la manera en la que los contagiados de este covid fallecen, por problemas de coagulación, por falla sistémica o respiratoria, incluso se lee en los reportes médicos: reacción inmunológica exagerada… muchos de ahí de esa lista que se incrementa son Batas blancas, trabajadores de la salud, infectados en el cumplimiento del deber; cuántos más de aquí a que esta pandemia ceda, porque aún y con la llegada de la vacuna el panorama no cambiará de facto.
La muerte en tiempos de pandemia nos enseñó también curiosamente a valorar la vida, la propia y la de los nuestros, los testimonios que he escuchado de quienes estuvieron graves, desahuciados por momentos y salieron de Terapia Intensiva reportan afectaciones y daños colaterales tras el padecimiento, todos advierten lo mismo: cuidarse y cuidar a los cercanos, los protocolos son sencillos: Gel antibacterial, lavado de manos con agua y jabón,  sana distancia y evitar aglomeraciones, el gobierno en esto y hay que entenderlo tiene un papel sí, una corresponsabilidad también, pero la supervivencia en esto es sólo de usted y mío.

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